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Las Raíces del Viento, Monografía de Celaya




                    Ojeda; por la Paz llegaba hasta Coahuila,  por Altamirano hasta Riva Palacio y por la Alameda
                    Norte el agua cubría todo el territorio  hasta la avenida Irrigación. Ese día, a las 2.00 a m,  la Secre-
                    taría de Recursos Hidráulicos, con maquinaria pesada, rompió la carretera Panamericana a la
                    altura de las vías, para dar salida al agua que inundaba las colonias Las Insurgentes y Jardines de
                    Celaya y evitar, de paso, que las aguas arrasaran con el Centro Histórico, sin imaginar el daño que
                    se causaría a  las colonias del Poniente y el Sur de la ciudad, pues al desviar los desatados cauces
                    hacia los llanos de las hoy colonias Ejidal y Monte Blanco, estos recularon hacia Allende, barrio de
                    San Juan, colonia Residencial, Arboledas y parte del barrio de San Miguel. Debido a esto, el amane-
                    cer del sábado 18 fue el día más triste y desastroso para muchos ciudadanos de estos rumbos. Toda
                    la mañana y la tarde fue un ir y venir en lanchas y tractores arrastrando familias enteras hacia los
                    lugares más seguros. Las pérdidas fueron vastas, las lágrimas incontables, el asombro mayúsculo.
                    Vuelvo a ver a algunos ciudadanos, allí en Allende esquina con José Rosas Moreno, intentando
                    detener, con lo que pudiese, las furias del torrente. Allí está el entonces estudiante Eugenio Mance-
                    ra Rodríguez, hoy maestro y doctor en letras, poeta, ensayista, narrador y ejemplar catedrático de
                    la  Universidad  de  Guanajuato.  Desde  entonces  ya  éramos  amigos  y  solíamos  pasar  las  tardes
                    leyéndonos poemas en una casa que yo rentaba entre los lodazales de la calle 10 de Mayo del
                    Barrio de San Miguel.

                              Un  mes  después,  cuando  las  aguas  descendieron,  las  personas  encontraron  en  sus
                    patios y aun en las recámaras y cuartos de servicio,  toda clase de víboras, arañas y alacranes de los
                    cerros. Pérdidas incalculables: camas, colchones, muebles, animales y recuerdos.


                    Soneto

                    Del mar, del viejo mar, del hondo instante
                    se vino en un diluvio de pisadas
                    la lluvia con las alas desatadas
                    al llano de tu historia palpitante.


                    Y se llenó tu voz de ese diamante
                    que es el agua en su forma de miradas,
                    y se abrazó a las casas anegadas
                    como al vasto horizonte el navegante.


                    Agosto caminó por las baldosas
                    de tus patios antiguos, muy mojado,
                    a saber cómo estaban las esposas

                    y darte bajo el cielo encapotado
                    un beso en la familia y en las cosas,
                    siempre de tu leyenda enamorado.
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