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AQUÉLLA CARPA “OFELIA”, AÑO DE 1927
CELAYA: CUNA DEL NOMBRE DE “CANTINFLAS”
En los años ochenta, Ricardo Perete le hizo una entrevista al genial Cantinflas, en la
cual éste le confesaba que su nombre artístico nació en Celaya. La charla fue publicada en el diario
Excélsior, donde Perete era funcionario y cada semana le escribía un reportaje a un cantante o un
artista. Durante la conversación, don Mario Moreno recuerda con ternura y nostalgia la tarde en
que, habiendo arribado a la “bella ciudad de Celaya”, muy joven y lleno de hambre y frío, una
señora que vendía tamales en la esquina del templo de San Agustín le dio el nombre que, años
después, lo encumbraría hasta lo más elevado de la gloria. Quién se iba a imaginar que de esta
palabra hasta un nuevo verbo y un adjetivo calificativo nacerían para el diccionario del idioma:
Cantinflear, cantinflesco, para designar precisamente aquello que es confuso o incoherente en sí,
aplicado a ciertos discursos que no dicen nada, o personas de aspecto ridículo y habla bufa. “Aque-
lla tarde llegamos al Bajío. Era el año de 1927.Yo me había fugado de mi casa para irme en la carpa
“Ofelia”, que me invitó a actuar de lo que yo quisiera. El empresario nos había dicho: muchachos,
cuando lleguemos a Celaya, que es adonde vamos, me van a dar el nombre con el que van a querer
que se les reconozca en el negocio”. Palabras más, palabras menos. Don Mario debió haber sido
muy joven, 17 o 18 años. En la entrevista contó cómo, un poco antes del inicio de la función de
estreno, mientras se moría más de hambre que de nervios, se acercó adonde una señora vendía
tamales y gorditas, con la intención de pedirle que le regalara algo con qué mitigar aquella tortura
de su estómago. “Había perros junto a mí, tan flacos y urgidos como yo. Iba a dar inicio la función
y yo ni siquiera había pensado aún en el nombre con el que me anunciarían el elenco. Estábamos
junto a una iglesia, creo que San Agustín, entre la gente que ya iba hacia la carpa”. Igualmente,
debió de haber sentido mucha confianza en la mujer, quien, al verlo allí delante de ella, cabizbajo
y atento a sus ollas y comales, le regaló unas gorditas y un vaso de atole de cajeta, diciéndole: Anda,
ya vete de aquí, Cantinflas....Y Cantinflas se llamó desde entonces y para siempre, de acuerdo a la
entrevista de Perete, pues apenas consumió el apetitoso obsequio, le comunicó al rudo empresario
que su nombre era y sería Cantinflas. Quién lo diría, vino a Celaya huyendo de la desaprobación
de un riguroso padre y aquí encontró el vocablo que lo haría famoso. Sobre el origen del término
poco se sabe y mucho se especula: que si es un apócope de las voces “cantina” e “inflas”, en la canti-
na inflas “cantin…flas”. Cuando la realidad es otra, contada por él mismo, dándole su lugar a quien
en aquella lejana tarde de un otoño ya fresco, lo bautizó con una palabra que seguramente ella, la
mujer, usaba coloquialmente en su familia, uno de esos términos que el sabio pueblo inventa, crea
y distribuye con el sabor de su agudeza.
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