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Las Raíces del Viento, Monografía de Celaya
y tus mujeres, blancas como nieve,
tan bellas son como las más hermosas.
De tus hijos hercúleos la ciclópea
pujanza de un titán en cada mano,
y cada pecho, cual pulido en roca,
remeda los colosos del pasado.
En tus montañas los torrentes rugen,
con el estruendo de su voz salvaje
cuando con rabia los abismos hunden
las flechas con sus líquidos cristales.
Y en cada selva y mar hay un cardumen
de gigantescas fieras admirables.
De las entrañas de tu tierra brota
el oro más preciado de la tierra.
No hay flora exuberante cual tu flora
ni riqueza mayor que tu riqueza.
Más grandes que las pampas tus campiñas
con dulce languidez su verde alfombran
y extienden, temblorosas de lascivia,
al sentir que dos mares son sus olas,
la arena de sus flancos acarician.
Todo te dio el Creador en sus bondades:
talento, juventud, oro y pujanza
para que fueras siempre un pueblo grande.
Y juzgando su obra terminada,
su “fiat” pronunció para animarte,
mas se olvidó el Creador de darte un alma.
Entonces Satanás, que nunca duerme,
reunió a los genios de la infamia eterna
y los hizo escupir sobre tu frente
para formarte criminal diadema.
Por eso es que entre los pueblos eres
¡el más cobarde y vil sobre la tierra!
Y por eso, demente de avaricia,
armaste, ¡miserable!, nuestras manos
para hundirnos en lucha fratricida,
porque tuviste miedo de retarnos
en completo vigor, nación maldita.
Ya nos debilitaste, nuestra sangre
aún no se orea en las llanuras yermas.
Para luchar no queda casi nadie,
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