Page 48 - 2010_CEOCB_monografia Celaya
P. 48

SIGLO XVI… El ORO DE LOS TRIGOS





                         ¡Que  comience  el  concierto!  Fue  el  grito  real.  El  bramido  potente.  La  voz  altanera
              alzada hasta los techos de la sobaquina y el perfume. La luz de terciopelo negro del egregio monar-
              ca todo de negro hasta los pies vestido…, según sonetos de trovadores y poetas. ¡Que comience! Corrió
              el río de la acerada ucase, así, imponente, déspota, cuando era necesario, y tersa igual que un fruto
              del verano si había de menester. ¿Pero a quién carajos se le habrá ocurrido traerme hasta aquí la
              Real cédula para la reducción de indios, este 15 de febrero de 1560, a cuatro años de haber ascendido
              al Trono, tras la abdicación de mi padre Carlos V, y ser el rey ahora, emperador de Castilla, Aragón,
              Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña,
              Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y su imperio afroasiático, toda la América descubierta y
              Filipinas? ¿A quién, a quién le habrá pasado por ahí, cual una nube, esta actitud de venir a pedirme
              que la firme, porque ya sale el barco de Sevilla y habrá que llevar la orden hacia el Nuevo Mundo,
              donde mis amigos los religioso agustinos desde 1542 se hacen ya cargo de esta evangelización
              llamada Reducción de indios en el pueblo de la La Asumpción, donde los indios aman y le rezan a
              Nuestra Señora, igual que a un cristo al que ellos llaman de El Zapote…. El Señor Crucificado del
              Zapote… Abechuato, jocoqui, Nattahí, Nñanñú. ¡Vaya términos!... ¡Que comience el concierto! Aquí está
              ya la firma…

                         Roncó aquel  “Campeón del Catolicismo”, sin imaginarse jamás que allá lejos, muy
              lejos, en algún lugar del horizonte sin fin de lo que era y sería la Nueva España, desde que su padre
              Carlos Quinto lo dejaba que supliera, gobernando, sus ausencias, fray Juan de San Miguel, guar-
              dián del convento de San Francisco de Apaseo, fundado en 1525, había levantado ya una capilla
              para la evangelización de los indígenas en el pueblo de La Asumpción, vecino a la aldea de Nattahí,
              ¡vaya términos!... ¡Que comience el concierto! ¡Qué se haga ya la luz de la obertura! Insistió el sobe-
              rano tras estampar la telaraña de su nombre en aquel pergamino de gamuza que sólo a alguien de
              muy  pocas  maneras  le  dio  por  llevárselo  hasta  allí,  cuando  estaba  a  punto  de  iniciar  el  gran
              banquete de flautines, órgano, arpas, trompas, salterios, timbales y címbalos de oro, menos corno
              inglés, por aquello de nuestras relaciones marítimas, políticas, religiosas y comerciales, que las
              bancarrotas del reinado han sido sólo culpa de ellos. ¡Que comience! Fue la orden y aquél estruen-
              do de metales y cuerdas hechas de tripas de gato comenzó con un sonido perfecto, una percusión
              de dulcamara que pasó volando sobre todos y acaso aun en la firma portentosa haya alcanzado
              aquellas  tierras  de  la  Nueva  España,  donde  se  decía  Apatzseo,  Nat-tat-hí,  San  Francisco  de
              Chamacuero, San Miguel el Grande o Escuinapan, Atla Ya Hual ko ¡vaya términos!,  Querétaro y el
                                                                                                              47
   43   44   45   46   47   48   49   50   51   52   53