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Las Raíces del Viento, Monografía de Celaya




                    fundador Martín Ortega y su esposa Magdalena de la Cruz, para quedar entronizada en la parte
                    superior del altar mayor, en espera de que llegase el año 1578, parta que se terminara la construc-
                    ción  de  aquel  primer  edificio  y  se  efectuara  la  solemne  bendición  tanto  del  templo  como  del
                    convento. Y así continuó nuestro Celaya hasta 1634 en que se  introdujo a sus callecitas y los
                    hidrantes de sus plazas el agua del río de Apaseo y de la Laja y comenzó un florecimiento, que, el
                    4 de febrero de 1638, vio aparecer el Colegio de la Purísima, formado por los franciscanos,  y el 20
                    de octubre de 1655,  la villa se erigió en ciudad, con la denominación de Muy Noble y Leal Ciudad de
                    la Purísima Concepción de Celaya, con todos los honores, privilegios, preeminencias y canonjías, lo
                    cual no fue disfrutado por los frailes, los poderosos y crédulos de estas cosas, sino hasta que se
                    cubrió el adeudo de dos mil pesos oro que el título había costado, lo cual ocurrió hasta el 7 de
                    diciembre de 1658.


                    ALGUNAS PRECISIONES
                    PARA EL NOMBRE DE LA CIUDAD DE CELAYA


                              Lingüísticamente,  se  tiene razón  de  escribirlo con “C”, casi tanta  como –por  algún
                    probable error ortográfico- hacerlo con “S” o “Z”, porque desde el principio así fue, así ha sido y
                    así será. Las faltas de ortografía de aquellos tan ignorantes como rudos amanuenses no disculpan
                    la terquedad de los de ahora, entre los cuales hubo uno que, incluso -en su afán de ser notable-
                    llegó a ubicar el Reino de Vizcaya ¡en las montañas de los alrededores de Sevilla! (Andalucía), todo
                    por darle patria y lugar a un oscuro Juan de Cueva, quien fuera Secretario de Gobernación del
                    virrey Martín Enríquez de Almanza, confundiéndolo con el gran poeta Juan de la Cueva, sevillano,
                    que estuvo en México, no como funcionario público, sino de visita, un poco antes de que don
                    Martín y el homónimo secretario partieran hacia el Perú, dejando el gobierno en manos de Loren-
                    zo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña.

                              En ocasiones, lo payo, lo provinciano o lo mal informado en materia idiomática, hace
                    caer a las personas en exabruptos y en excesos que sólo hablan de su buena fe (como es el caso de
                    la traducción de la divisa de su escudo, la  cual creen que viene del italiano y que significa, en
                    plural, “De los fuertes es la dulzura” (sic).


                              La verdad es que Celaya por siempre tuvo fincado el edificio de su origen en el vasco
                    Celai, que significa prado, campo, pradera o pastizal, y de allí proviene la palabra Celaya, así, con
                    “C”, la cual tuvo algunas variantes ortográficamente mal escritas por quienes en aquellos momen-
                    tos se hallaban más entretenidos en las armas que en las letras: Zelay, Selai,  Selaya, Zalaya, Zelalla,
                    Selalla, etc. Pero, a su vez, esta Celai vasca pudo haber partido desde el latín celar celare: vigilar un
                    prado, guardar, encubrir, ocultar, de donde se derivaron palabras como Cela (Camilo José Cela),
                    Celadilla, Celador, mismas que por su cuenta le hacen honor al Cel de los celtas, pueblo invasor
                    llegado a la Península Ibérica en el siglo 1 antes de Cristo, en el Norte, donde precisamente son las
                    provincias vascongadas, y el latín -al arribo del Imperio Romano hasta aquella latitudes- arrasó
                    con todo: religión, arquitectura, usos, costumbres, modas, modos  y las mismas lenguas, absorbien-
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